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Carta a un ser de luz

24 Feb

La noticia llegó después de un café matutino, un día como hoy, hace doce años. Era un viernes en la mañana cuando la llamaron a informarle que su hijo menor se había quitado la vida.

Margarita sintió un dolor intenso en el estómago que no se compara con ningún cólico. Luego le llegó un golpe en el pecho, una presión en la cabeza y un temblor que se esparció por su cuerpo. Todo comenzaba a desplomarse en su historia.

Juan tenía 17 años, era un estudiante sobresaliente, un joven sano, recién egresado del colegio, cursaba primer semestre en la universidad.  En apariencia, lo tenía todo. Su familia decidió callar, guardar, tapar, continuar. No darle muchas vueltas a esa pregunta que todos tenían: ¿Por qué?

Después de muchos años de silencio, esta madre tocó el tema intocable, nombró el dolor innombrable y habló de su experiencia por escrito y en voz alta. Necesitaba dejar salir estas letras, compartir las respuestas que ha encontrado a lo largo del duelo. Con esta carta quiso honrar la memoria de su hijo y agradecerle por ser un maestro de vida.

 

Por: Luz Margarita Restrepo

Un acontecimiento doloroso se vuelve innombrable. Hoy se conmemoran doce años de tu muerte. ¿Accidente?  Difícil de creer. ¿Suicidio? Vergonzoso de aceptar. Enfrentarse a este hecho despertó tanta tristeza, tanta responsabilidad, tanto fracaso, tanta necesidad de cambio. Aunque haya pasado mucho tiempo aún me confronta la manera como veo la vida hasta ahora.

Me duele tu ausencia, me duele el qué dirán, me duele el ego, me ha dolido todo. Se necesitó fortaleza, valor, sinceridad para no sentirme culpable, para no señalar a otros y descargar la frustración.

Lo que pasó me removió todo. Fue necesario ser honesta conmigo, la primera engañada era yo misma. Reconocí mi superficialidad, admití que mi historia estaba construida sobre la base de apariencias, mi prioridad era tener antes que ser, mi motivación era el deseo de agradar, creí que el dinero era la mayor fuente de felicidad.

Deposité en ti la necesidad de sobresalir que exigía mi ego, mi narcisismo. Sobrevaloraba el diploma, la mención de honor, el aplauso. Así me sentía superior y callaba mi inseguridad, mi miedo a ser, mi falta de autoestima. Tu partida me mostró el infierno donde vivía, creado por mí misma, por mis convicciones equivocadas, por falsos paradigmas.

Tu muerte Juan me hizo replantear mis ideas acerca del amor. El amor va más allá de poseer, controlar, necesitar, depender. Me hizo responsable de mí y me obligó a revisarme y a encaminar mi vida. Entendí que sin amor por mi verdadero ser, por mí misma, estoy perdida. Soy más que mi cuerpo, no soy lo que poseo, ni soy lo que sé, soy mucho más que eso.

Tuve que abrir la prisión donde tenía encerrada mi alma, debí abonar el presente, arrancar la maleza del pasado, aceptar, perdonar, dejar ir, apropiarme de mí. Esta oscuridad tan larga se convirtió en luz porque fue la manera como el universo quiso mostrarme otro camino. Por fin entendí que Dios es amor, que el amor es más fuerte que la muerte y que, aunque no te vea, aún te puedo amar.

¿Por qué te fuiste? Porque estabas viviendo en un infierno, un infierno de competencia, un infierno de falsedad. Volaste y te liberaste. Quizás ya sabías la lección y tu misión era enseñarnos que la vida era simple. A mí me queda otro camino, el camino de resarcir. No quiero presentarme como la víctima de tanto dolor sino como la mujer valiente que ha sabido superar su inmadurez.

Comparto estas letras para sanarme, es el momento de darme a conocer sin poses ni máscaras, para poder transformar y superar este duelo que dolerá siempre. Esta es la ruta que encontré para elaborar tu decisión. Más que tu muerte, tu mensaje de amor. Estás conmigo, tu energía quedó aquí, tu espíritu me acompaña y me impulsa a mejorar. El amor nos une todavía y este amor nunca tendrá adioses ni olvidos.

La vida en un abrazo

24 May

Esta carta la escribí por encargo de un tipo un tanto romántico y bastante existencial. Luego de escuchar su retahíla y su discurso redundante comprendí que lo que quería decir era simple: quería vivir en un abrazo, en el de ella. Así que mi función fue darle un orden a sus enredos y salió esta carta con guiños de poema en prosa, una declaración de amor bien comprometedora para esa mujer que lo tiene enamorado y con los pelos de punta cada vez que lo abraza.

Quisiera vivir en tu abrazo.

Eso suena a que me gustaría vivir encerrado en ti, cercado por tus manos y rodeado de tu torso porque justo en ese dulce encierro, en ese pequeño cerco y en ese tórrido rodeo, me siento libre.

Insisto, quisiera vivir en tu abrazo.

Eso quiere decir que me gustaría ser vecino de tu cuello, pasajero de tu piel y oyente asiduo de tus pálpitos porque justo en esa vecindad con tu mejilla, en ese tránsito a través de tu cintura y en ese golpe de suerte que se desprende de tu pecho, yo me hallo.

Te lo repito, quiero vivir en tu abrazo.

Eso significa que me gustaría cerrar los ojos, ceñirme a tu figura y soltar ese suspiro monumental que se prolonga cuando me cubres la espalda porque justo en ese instante, en esa presencia y en ese soplo de vida es cuando creo que el pasado no atasca, que el futuro no amilana y que sos vos mi presente y eso único que me estremece.

No lo olvidés, quiero vivir en tu abrazo.

Con eso me refiero a que no quiero estancias breves ni itinerantes, me gustaría ver la vida desde tu hombro y fisgonear ese abismo que me conduce hasta tus senos porque en esa estadía, en ese mirador, en esa guarida de tu cuerpo es justo cuando encuentro la calma que necesitaba mi alma.

No siendo más, quisiera mi vida en tu abrazo.