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Carta para dejar ir

12 Abr

Esta carta la escribí por encargo de una mujer rodeada de montañas. Sale para un hombre de mar. Él traía el calor de la costa; ella, el abrigo de un altiplano. Fluyeron juntos por buen tiempo, hasta que un día, él le avisó que volvía a su tierra, pero a solas. No dio mucha información. Entonces, a ella la habitó la tristeza y perdió la calma. Al comienzo del proceso, no sabía si necesitaba palabras para pedirle una explicación o para hacerle un reclamo. Después de conversar por un largo rato conmigo, a través de una videollamada, concluyó que la correspondencia, simplemente, era para agradecer, para seguir adelante, para dejarlo ir.

Hace unos días me despertó la tos en la noche. Hacía frío y no estabas a mi lado. Nadie me preguntó si estaba bien, si necesitaba un vasito de agua y yo sentí la oscuridad y la profundidad de tu ausencia.

En la mañana me levanté con un pedacito de la canción de Medrano que alguna vez cantamos:

“Hoy me siento afuera del planeta

y no puedo respirar muy bien

no están tus labios donde los dejé”.

Han sido días tristes y no solo para mí. Todos hemos sentido el vacío. Haces falta. Me preguntan por ti y yo no sé qué decir. Ya no sé nada de ti. Partiste como Diomedes, “sin medir distancias”. Supongo que estás bien. Te imagino en el mar, recibiendo calorcito, junto a tu familia, con esa sonrisa bonita que extraño.

Yo estoy bien pero no puedo negar que los recuerdos contigo siguen en mi cuerpo. Me dan vueltas en la cabeza algunas palabras que dijiste: “No fue fácil tomar esta decisión”, “me voy amándote mucho”. Entonces me pregunto: “¿si había amor por qué no luchar?”, “¿por qué las cosas se acaban por terceros?”, “¿acaso no había una solución?”. Y luego un montón de “si hubiera” me atosigan: “si hubiéramos hablado las cosas en su momento…”, “si no hubiera sido tan radical…”, “si hubiera contado conmigo para tomar la decisión…”.

Pero cuando recuerdo tu sonrisa desdibujada, tu alegría pálida, tu mirada melancólica de los últimos tiempos, agradezco tu honestidad, tu decisión de octubre, tu abrazo de despedida y pienso que la vida tenía que seguir, que cada uno debe fluir, que el amor es libre y, como el mar, no puede enfrascarse, no se debe estancar.

Aunque no comprendo del todo tus razones, agradezco la verdad. Que no fingieras, que no te quedaras sin estar. Te doy las gracias por hacer parte de mi historia, por el camino que anduvimos. Tu paso por mi vida lo recordaré como un regalo del universo, como un hallazgo de vitalidad.

Gracias por las certezas, por la permanencia, por la recocha, por el respeto, por la confianza. Me enseñaste otras formas del amor. No soy la misma, me siento una mejor persona después amarnos. Me ayudaste a construir más seguridad en mí misma. Perdí en timidez, gané en alegría, descubrí que el amor tenía todo que ver con el tiempo compartido, con la palabra incondicional.

Por eso me duele tu adiós. Es una pérdida. Me implica un despojo. Es mucho lo que debo dejar ir, pero lo debo aceptar. Es un duelo en el que estoy trabajando desde octubre.

Hace poco salí a caminar por este pueblo, miré las rocas, el sol, las nubes, las montañas verdes, respiré hondo este aire fresco y le pedí a la naturaleza un favor: que si tenía tanto poder para renovarse, que me diera un poco para transformar tanto amor que se quedó en mí, que me ayudara a continuar, a entender, a trascender, a volver a mirar el cielo con calma, a planear mi horizonte sin ti, a recordarte siempre con una sonrisa en mi memoria.

No olvides nunca que en este altiplano hay una mujer que te amó con todas sus fuerzas. Aquí quedan las puertas abiertas de mi casa, de mi familia, de mi corazón. Hoy, mientras escribo esta carta y me tomo un tinto a solas, brindo por ti, por el buen amor que conocí.

Buen viaje compañero.

Carta de una mujer triste

2 Abr

Esta carta la escribí por encargo de una mujer triste. Solo quería hablar y compartirme un pensamiento que la tenía apretujada y sin respirar bien. Quería que le ayudara a escribir estas palabras, un recuerdo, una pequeña confesión. No sabía si entregarlas o no, pero al menos quería nombrar el miedo, pronunciar lo que por dentro la estaba aturdiendo, reconocer una verdad que le duele aceptar.

El otro día en el metro, un par de jóvenes hablaban del amor. Una le contaba a la otra que se había leído un libro en el que explicaban distintas formas de amar y de expresar el afecto. Llegué a buscar el libro en Internet y encontré una reseña.

Leí que eran cinco tipos de lenguajes. Que uno tenía que ver con las palabras, otro con las acciones, uno más con el tiempo de calidad, con los regalos o con el contacto físico.

Y de repente sentí una mezcla de vacío y de tristeza extrema. Me surgió una rabia tremenda contra esas páginas y un dilema maluco con vos y con nuestra relación: o ese libro es una basura o yo ya no me siento amada por vos…

No sé…

Ya no te escucho, ya no me tocás, ya no compartís conmigo, ya no hacés nada por mí, ya no te das. Y tengo una revoltura porque, aunque llevo tiempo creyéndome lo primero, que ese par de tontas hablaban de un maldito best seller, en el fondo me suena más lo segundo: soy un estúpida que sigue detrás de vos sin darse cuenta de que ya no me amás de ninguna manera.

Esto no es vida

18 Abr

A ella la pandemia le mostró otra perspectiva de su historia. Esta es una carta de despido para él, para pedirle que se vaya. En esta época de cuarentena concluyó que eso que los unía ya no era amor, que eso que tenían ya no era vida.  

Algo bueno que me ha dejado esta pandemia es abrir los ojos, poder cotejar mi vida antes y después de este acontecimiento. A todo el mundo le cambió la vida. En redes sociales la gente publica fotos de cuando iban a fiestas y a conciertos, de cuando fueron espectadores y turistas. Hay una añoranza generalizada por lo que podían hacer y ya no.

Qué tristeza reconocerlo pero a mí no me cambió tanto el panorama. Me pesa y me remuerde saber que, con la cuarentena y el encierro obligatorio, yo no sienta la diferencia entre el pasado y el presente. Esto me sirvió para darme cuenta de que vos y yo vivíamos confinados. Nuestra relación dejó a un lado a los amigos y a la familia, éramos dos seres aislados y encerrados en nosotros mismos.

La verdad es que siempre lo pensé, pero apenas lo escribo y lo digo: sos un mezquino. Ahora veo que sos un tipo que no se da, que escatima, que ahorra en exceso, no solo dinero sino detalles, afectos, palabras. Siempre me sacaste excusas o te inventabas razones de peso cuando te proponía salir de paseo, andar la calle, darnos gusto, comer en un buen restaurante, planear un viaje, compartir con vos el mundo y no solo la casa.

Alguna vez dijiste en público que ibas estar conmigo en la salud y en la enfermedad, en la prosperidad y en la adversidad, en la riqueza y en la pobreza, pero eso fue tan solo una promesa a medias. Cuando lo tuvimos todo, vos decidiste estar a la mitad y guardarte. Estabas en lo malo pero yo te necesitaba también en lo bueno. No me perdono ni te perdono que no hayás querido compartir conmigo cuando la vida era posible.

Me conformé con el tedio. Cuando podíamos estar afuera, vos y yo estábamos adentro, en un encierro voluntario. Me adapté a tus pasatiempos. Televisión y juegos de mesa. Eso era el amor conmigo, un pretexto para matar el tiempo. Y el tiempo es lo que menos debe matarse. El tiempo lo viven matando los presos en las cárceles pero nosotros estábamos libres. El tiempo es la vida y la vida con vos es pura rutina.

Hubiera preferido recordar la vida en movimiento que hicimos juntos y no la lista de series y películas que nos vimos. En un futuro, cuando pase esto, pienso ser otra y tener otra vida. Pasar más tiempo afuera, estar bajo el cielo descubierto, compartir más con los míos, viajar, volver a ser lo que era antes de conocerte.

No quiero lamentarme, como ahora, de todo lo que dejé de hacer cuando sí se podía. No quiero ser prisionera de esta relación que ya solo es una mala costumbre. Yo estoy a tiempo de buscar con quién replantear la vida, mi libertad. Por eso y por todo lo demás, quisiera que te fueras.

Carta desde el futuro

17 Jul

Esta pandemia ha cambiado muchas formas de ver la vida, también el amor. A esta pareja le cambió la relación, se la acabó. Después del adiós, ella se imaginó en un futuro en el que pudiera mirar para atrás y escribirle sin este dolor que hoy la abraza. Se le ha venido un deseo de que tal vez en ese futuro él «ame bien» como realmente «debe ser» y no como fue. Ella me hizo llegar esta carta como un ejercicio de empezar a sanar y de volverse a mirar de nuevo sola.

 

Por: Sara Vásquez Marulanda

Espero que hayas amado de nuevo.

Prometo que no tiro esa frase al aire como línea de novela rosa, tampoco para quitarme un peso que tengo en el pecho desde hace años.

La exhalo más bien como una refutación al tiempo y a la incertidumbre, por no permitirme saber si a mi lado, hubieses podido amar nuevamente.

Porque yo creo que uno ama distinto mientras crece. Por eso, si el paréntesis de los dos se hubiese ensanchado por un par de años más, hasta hoy, sería feliz de comprobar cómo ese «amor al 100%» que me juraste con voz joven, maduraría hasta sentirlo entre las arrugas que recién me están naciendo junto a los ojos.

Espero que hayas amado de nuevo y que, con el tiempo, hayas comprobado que no éramos demasiado jóvenes para querernos, que no hacían falta tantos “pero” después de un «te quiero». Espero que hayas pronunciado esos «te quiero» muchas veces, que lo hayas hecho porque te nacían desde el estómago y sin disfraces de «yo también»

Espero que te hayas encontrado en otros ojos y, esta vez, hayas tenido la valentía de no bajar la mirada. Que a ella le admires hasta la forma cómo se peina en las mañanas y te caiga como el rayo de Cortázar entre los huesos la idea de que la amas.

Que ahora pongas a las dudas y a los miedos sobre la mesa, porque debajo de la alfombra se pudren y pudren al corazón; que los enfrentes sin escudos y sin evasivas, sin pretensiones de un «todo está bien» que terminan por convertir al todo en nada.

Espero que sí la hagas sentir amada, desde el beso en la frente hasta el roce de los pies; que se lo demuestres de formas que aún no se han inventado que venzan incluso a las distancias, que no te cuestiones antes de hacerlo, que le llenes las grietas entregándote del todo y te dejes llenar tu vida con todo su ser, sin excusas. 

En cuanto a mí, espero que cuando me enfoques desde el retrovisor, no dudes ni por un instante cuánto te quise y cómo te quise querer.

Una carta atascada

4 Feb

Solían amarse cada día pero el domingo sobre todas las cosas. Ya no. Esta carta la hizo una mujer con un brote de nostalgia: un domingo, después de almuerzo, en una tarde soleada. Aunque la escribió para él, no se la envió para no interrumpir: el silencio, la distancia, esa decisión de estar sin ella. Era insoportable guardarse tantas palabras, las dejó salir de sí misma para evacuar espacio: en la piel, en la memoria, en el corazón. Liberó estas letras y donó esta carta que estaba atascada mientras el tiempo hace lo suyo y pasa el amor. Tanto amor…

Hola,

Es domingo, son las cuatro de la tarde y no puedo dejar de pensar en ti. El día amaneció nublado, pero ahora hace sol. El viento silba alrededor de la ventana y las violetas se balancean con él.

Estoy sola. Tú debes estar acompañado, con tu tía en la finca, a lo mejor con tu mamá en la casa, no lo sé. Tampoco sé qué hago escribiéndote, sé que de igual manera no estarías conmigo, o tal vez sí. Quién sabe, solíamos querernos, y ser nuestros domingos, pero sé que quedó atrás.

Ya para qué te lo digo, ya va un año de esta situación absurda, un año de esta mentira de que estoy bien sin ti. No es cierto, te mentí y me mentí a mí también. Ya no quiero viernes, ni sábados para bailar salsa, no quiero jueves de niñas gratis ni nudes por snapchats, quiero la tranquilidad de las películas por la noche y las cenas en casa, cocinar para ti, y las cosquillas en la mitad de la noche. Quiero poder dormirme en medio de la película sin sentir pena, quiero sentirte.

Se me va a pasar, no te preocupes, sé que es solo cuestión de “soledad”. También sé que se trata de aprender a quererla, de salir a ver el atardecer, o el amanecer, tal vez. Sé que si estuviera con mis padres a lo mejor no te pensaría. Pero hoy faltan todos, en especial tú.

Sé que ya no me extrañas y cuando haya alguien más que te acaricie el cabello o delinee las líneas del tatuaje, yo no seré más que un recuerdo lindo. Ese día voy estar triste, lo sé, porque me conozco, porque sé que aún te quiero, porque te celo así no lo admita, porque siento mucho, así finja ser de piedra.

Te quiero y te extraño, los domingos sin ti no tienen sentido, sin tu familia, sin tu tía, sin los gritos de la casa y los niños queriendo jugar conmigo. Esa soy yo, soy irremediablemente familiar, no tiene sentido negármelo ni tuvo sentido que te lo negara a ti en algún momento.

Sé que estoy bien, que en un par de horas se me va a pasar, cuando empiece a hacer trabajos, o cuando decida dormirme antes para dejar de pensar.

Sé que no me voy a morir de tristeza y que la soledad no es el común denominador de mis días, sé que el sol seguirá saliendo, que iré a trotar, que me acompañarán en las noches y que habrá quien quiera que le haga la cena un día, sé que soy feliz, que “no te necesito”, pero sé, también, que estaría mejor contigo.

El resto de los hombres me fastidian, me parecen intensos, logré perder la fe en el amor y pensar que un “para siempre” solo es posible contigo, no sé cuánto tiempo me tome pensar lo mismo de alguien más, espero que no mucho, o a lo mejor todo lo contrario, a lo mejor espero que se tarde mucho para que yo pueda seguir feliz, relajada, sin pensar en nadie, solo en mí, en mi egoísmo absurdo del siglo XXI, porque “eso es lo que está bien”. Para mí no, para mí estaba bien pensar en ti. Pero qué más da.

Solo quería que lo supieras, que eres mi domingo favorito, y mi viernes también y que aunque estoy bien, tranquila y feliz, siempre habrá algo que falte, que es parte de mi esencia, algo que me gusta y que no me puedo negar, ni le puedo negar a quienes me conocen y me quieren, sé que faltas tú, por más que trate de insistirme que no lo haces.

Necesito que nos aclaremos

8 Mar

Por el bien de ambos pactaron no volver a verse. Pero, aunque evitaron encuentros, hablaban casi a diario por chat. Tenían una cibervida, seguían siendo como eran pero sin tener contacto físico. Ninguno se iba del todo, sentían que la historia había quedado inconclusa y creían que –quizás– les iba a tocar el bálsamo de estar juntos alguna otra vez.

Tiempo después, sus miradas se reencontraron un sábado al mediodía. Tomaron vino, comieron juntos y la noche los dejó en vilo. Antes del amanecer, él ya había partido de su casa. El domingo fue un día de silencio, denso y turbio, triste y complicado. El lunes, ella le envió esta carta para saber qué hacer con ese tornado que de nuevo arrasó con ella por dentro.

 

Delicioso el vino.
Maravillosa la compañía.
Lástima y lastiman las circunstancias.

Verte así fue hermoso, delicioso y complicado. Todavía disfruto mucho de vos, es como si no hubiera pasado el tiempo. Gracias por la velada.

Pero por todo lo que nos generamos, por lo que te genero, por lo que me generás, por la tranquilidad que nos merecemos, necesito que te aclarés, que nos aclarés y decidás estar lejos o estar de verdad para mí, porque cada vez que te me aparecés se me remueve todo, se me revuelve el estómago, se me baja la presión y me desestabilizo otra vez. Y todo eso no me lo puedo permitir si solo soy un fantasma del pasado.
Tante grazie
Mille baci per te.

Marianne

La respuesta de él aquí

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