Esta carta la escribí por encargo de una mujer rodeada de montañas. Sale para un hombre de mar. Él traía el calor de la costa; ella, el abrigo de un altiplano. Fluyeron juntos por buen tiempo, hasta que un día, él le avisó que volvía a su tierra, pero a solas. No dio mucha información. Entonces, a ella la habitó la tristeza y perdió la calma. Al comienzo del proceso, no sabía si necesitaba palabras para pedirle una explicación o para hacerle un reclamo. Después de conversar por un largo rato conmigo, a través de una videollamada, concluyó que la correspondencia, simplemente, era para agradecer, para seguir adelante, para dejarlo ir.
Hace unos días me despertó la tos en la noche. Hacía frío y no estabas a mi lado. Nadie me preguntó si estaba bien, si necesitaba un vasito de agua y yo sentí la oscuridad y la profundidad de tu ausencia.
En la mañana me levanté con un pedacito de la canción de Medrano que alguna vez cantamos:
“Hoy me siento afuera del planeta
y no puedo respirar muy bien
no están tus labios donde los dejé”.
Han sido días tristes y no solo para mí. Todos hemos sentido el vacío. Haces falta. Me preguntan por ti y yo no sé qué decir. Ya no sé nada de ti. Partiste como Diomedes, “sin medir distancias”. Supongo que estás bien. Te imagino en el mar, recibiendo calorcito, junto a tu familia, con esa sonrisa bonita que extraño.
Yo estoy bien pero no puedo negar que los recuerdos contigo siguen en mi cuerpo. Me dan vueltas en la cabeza algunas palabras que dijiste: “No fue fácil tomar esta decisión”, “me voy amándote mucho”. Entonces me pregunto: “¿si había amor por qué no luchar?”, “¿por qué las cosas se acaban por terceros?”, “¿acaso no había una solución?”. Y luego un montón de “si hubiera” me atosigan: “si hubiéramos hablado las cosas en su momento…”, “si no hubiera sido tan radical…”, “si hubiera contado conmigo para tomar la decisión…”.
Pero cuando recuerdo tu sonrisa desdibujada, tu alegría pálida, tu mirada melancólica de los últimos tiempos, agradezco tu honestidad, tu decisión de octubre, tu abrazo de despedida y pienso que la vida tenía que seguir, que cada uno debe fluir, que el amor es libre y, como el mar, no puede enfrascarse, no se debe estancar.
Aunque no comprendo del todo tus razones, agradezco la verdad. Que no fingieras, que no te quedaras sin estar. Te doy las gracias por hacer parte de mi historia, por el camino que anduvimos. Tu paso por mi vida lo recordaré como un regalo del universo, como un hallazgo de vitalidad.
Gracias por las certezas, por la permanencia, por la recocha, por el respeto, por la confianza. Me enseñaste otras formas del amor. No soy la misma, me siento una mejor persona después amarnos. Me ayudaste a construir más seguridad en mí misma. Perdí en timidez, gané en alegría, descubrí que el amor tenía todo que ver con el tiempo compartido, con la palabra incondicional.
Por eso me duele tu adiós. Es una pérdida. Me implica un despojo. Es mucho lo que debo dejar ir, pero lo debo aceptar. Es un duelo en el que estoy trabajando desde octubre.
Hace poco salí a caminar por este pueblo, miré las rocas, el sol, las nubes, las montañas verdes, respiré hondo este aire fresco y le pedí a la naturaleza un favor: que si tenía tanto poder para renovarse, que me diera un poco para transformar tanto amor que se quedó en mí, que me ayudara a continuar, a entender, a trascender, a volver a mirar el cielo con calma, a planear mi horizonte sin ti, a recordarte siempre con una sonrisa en mi memoria.
No olvides nunca que en este altiplano hay una mujer que te amó con todas sus fuerzas. Aquí quedan las puertas abiertas de mi casa, de mi familia, de mi corazón. Hoy, mientras escribo esta carta y me tomo un tinto a solas, brindo por ti, por el buen amor que conocí.
Buen viaje compañero.
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