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Carta para el compañero de causa

1 Sep

Empezamos septiembre con unas palabras de amor y amistad. Esta correspondencia la encargó una mujer privada de la libertad, sale para un viejo amor, la manda con nostalgia y con ganas de volver. Este es el séptimo capítulo de la temporada de Cartas de puño y reja.

Carta para reconocer el amor

10 Jul

Los presentaron los amigos en común y la sombra de un árbol. La primera cita fue en teatro, luego en una pista de baile. Los reunieron los crucigramas y las canciones de Leonard Cohen. Se amaron en la palabra y a buen paso. El camino prometía pero la vida les dio la vuelta. Los desunieron las decisiones y los azares. Les tocó andar por separado, cada cual con otra pareja. Después de dar tumbos, volvieron a encontrarse. Ya no eran los mismos y el amor era otro. En esta carta ella le propone, ahora que ambos están solos, cuidarse y –por qué no– volver a conocerse.

Hace rato tengo varias palabras atoradas para vos. Nos silenciamos, cada uno por las razones de cada uno. Sé que estás en un momento difícil para vos, en el que te estás reencontrando, te estás redescubriendo.

Yo también estoy en un momento difícil, del que apenas estoy despertando, o por lo menos haciéndome responsable de mi bienestar. La única posibilidad que nos podemos permitir es la de estar bien.

Cuando murió Leonard Cohen, también morí un poquito. Sentí que una parte de nuestra historia se iba con Marianne y León. Sentí que fue un año duro para ellos y también para nosotros.

Nos volvimos a encontrar después de varios años, feeling sí sentí, lo siento todavía. Creo que vos no lo sentiste igual. Al fin, somos seres distintos ahora y no sincronizamos en este momento.

Como me lo dijiste hace un tiempo, yo también estoy convencida de que vos y yo vamos a estar juntos en algún momento, solo que en este momento no fue, pero no quiero renunciar a la oportunidad de conocerte de nuevo.

No quiero que ninguno le robe la tranquilidad al otro, y mucho menos, que lo llene de más preocupaciones. No es justo con ninguno de los dos.

Thousand kisses deep.

Marianne

Otras cartas de esta historia aquí.

Carta a la hija ausente

8 Ago

Esta carta la escribí por encargo de una señora de 58 años que le pidió el favor a su nieta de contactarme a través del Facebook. Su propósito era restablecer la relación con su única hija, la que dejó de hablarle hace más de tres años cuando le dijo de frente: “para mí estás muerta”.

La mujer me advirtió que era un caso urgente. Le pregunté a qué se debía el afán y me respondió que no se aguantaba más y que sentía que el tiempo se le estaba acabando: por una enfermedad que tiene, por una amenaza  que le llegó, por un viaje a la vista.

Al conocer su historia comprendí que sí había prisa y afortunadamente pude escribir la carta antes de su partida. Aquí les comparto estas palabras que salieron de Medellín hasta otro continente en busca de una señal de vida.

Esta vez me jugué esta carta a la carta por una madre y una hija, porque el amor también es familia.

Hija

Aunque te escribo a última hora, esta carta quise enviarla tres años atrás. Pero no la envié porque ni siquiera fui capaz de empezarla. Hoy, a unos cuantos minutos de dejar esta ciudad, estoy sacando fuerzas de no sé dónde para volver a dirigirte la palabra así sea por escrito.

De haber sabido que tenía el tiempo contado en Medellín de pronto la hubiera terminado antes pero no fui capaz, te lo juro. He dejado varias cartas inconclusas, la última vez que lo intenté estaba en tu pieza con una hoja en blanco y solo alcancé a escribir la fecha y  media línea: “son las 9 de la noche y estoy pensándote”.

Hasta ahí pude. En ese instante tuve que soltar el lapicero y taparme los ojos. Después de varios minutos quedé con las manos mojadas, fui a la cocina, cogí la candela y quemé esa página en el lavaplatos. Luego abrí la canilla y las cenizas se fueron con el agua. Espero que no pase lo mismo con esta carta y no termine derramándose por el desagüe.

Llevo 40 meses guardándome estas palabras y no sabes lo que me ha costado. Acumular no es sano. Cada vez que intento escribirte siento como si una mano me agarrara el cuello y lo apretara, como si poco a poco me quedara sin aire, como si estuviera a punto de reventarme por dentro.

A pesar de eso estoy aquí, escribiéndote de nuevo, en tu cuarto, haciendo el esfuerzo pero no es fácil, ya siento el ahogo, sobre todo cuando a mi alrededor ya todo está vacío y preparado para el trasteo: solo hay maletas, bolsas, cajas en el suelo, ya no queda nada de lo que conociste cuando esta también era tu casa.

Tal vez yo tampoco soy la misma. Desde que estoy muerta para ti estoy de luto. He perdido la chispa, ya no soy la mujer que siempre tenía una alcancía cuando había una fiesta a la vista o la que sacaba una cámara de fotos para guardar el recuerdo de todo.

Me encantaría por ejemplo dormirme en octubre y levantarme en enero para saltarme el 2 de diciembre, la Navidad, el año nuevo y tu cumpleaños. Ahora son días insoportables y eternos porque aunque no quiera me ilusiono cuando suena el teléfono y termino esperando así sea una señal de vida tuya.

Manrique también ha cambiado, el cielo está más nublado, hay más ruido en la calle, varios vecinos se marcharon, ya no está la panadería del Pana, lo hicieron ir del barrio hace rato como a nosotros en este momento. Ya sabes cómo es Medellín. A veces no basta con quererse quedar, cuando llega una amenaza es mejor arrancar. Esta vez nos tocó a tu papá y a mí…

Estaremos lejos, aunque si estamos con suerte y no hay derrumbes en la vía, quizás lleguemos después de 12 horas de camino. En ese pueblo trataremos de empezar de cero. Dicen que allá no hay muchos que sepan hacer lo que tu papito hace, por eso  tenemos fe en que el negocio va a prosperar y vamos a salir adelante.

En los últimos días me despedí de doña Nena, de Chava, de Adriana. Les dije hasta pronto aunque no sé si regrese, quién sabe hasta cuándo podamos volver a esta cuadra. “¿Y tu hija?”, me preguntaron todas.  “¿Mi muchacha?”, me pregunté yo también, luego suspiré y tragué en seco.

“No sé”, les respondí con tristeza. Justo en ese momento tuve que parar de hablar, no sabes la impotencia que siento cuando me preguntan por ti y no tengo respuesta.

“Por ahí la vi en unas fotos en Internet, tiene un perro blanco todo bonito que se llama Max”, fue lo único que pude contarles.

Si hago cuentas ya ajustamos más de tres años sin hablarnos. Cumplí más de 150 semanas aguantándome las ganas. Superé más de mil días conformándome con este silencio. Enterándome de tu vida por lo poco que me cuentan las personas que me alcahuetean y se meten al Facebook para darme alguna noticia tuya. Te confieso, no es curiosidad, es una necesidad saber de ti.

Cuando empiezo a ver tus fotos siento escalofríos en los brazos y un huequito en el estómago. Debo llevar pañuelitos porque casi siempre termino junto al computador con lágrimas en los cachetes.

Así supe que tuviste una fractura en una pierna, que tienes una mascota que parece un lobo blanco, que hay admiradores que cada vez que publicas una foto te escriben “guapa”, que ahora eres gastrónoma, que estás rodeada de paisajes que por acá no existen y que el sol salió de nuevo en tu vida.

Y eso me pone contenta, te lo aseguro. Te veo tan hermosa… pregúntale al papito, él también te mira en la pantalla y los dos nos miramos y nos decimos: “como está de bonita”. Te luce ese traje de chef, las botas hasta la rodilla cuando hay nieve y esa sonrisa con tus hoyuelitos que brilla en cualquier estación del año.

Mi nieta me guardó tu número en mi celular. El otro día intenté llamarte pero no me salió la llamada. Entonces me empezó la lloradera porque sentí miedo, mucho miedo. Miedo de escucharte, miedo de que al oír mi voz me colgaras. Miedo de que me recordaras que estoy muerta. Por eso no volví a intentarlo, me ganó el miedo y yo misma me acabé de enterrar.

Poco a poco he ido aprendiendo a manejar el Whatsapp gracias a la niña, claro que todavía soy muy lenta y escribo una palabra por minuto. Ya te imaginarás cuánto puedo tardarme en un chat.

También he intentado saber algo de ti por ese medio. He visto tu foto, sé a qué horas estuviste conectada por última vez y mi corazón se acelera cuando esa pantallita verde me dice que estás “en línea”.

Ahí empiezan las preguntas a bombardear mi cabeza: ¿Qué horas serán allá?, ¿Será de día o de noche?, ¿Hará frío o calor?, ¿Con quién estará hablando mi muchacha?, ¿En qué pensará?, ¿Qué sentirá?, ¿Aún se acordará de mí?, ¿Será que las bendiciones que le mando sí llegarán hasta por allá?

Yo te recuerdo siempre y no ha pasado un solo día en el que no ore por ti. Como no sé hacia dónde queda España, cuando rezo miro hacia los cuatro puntos cardinales. Un ratico hacia Envigado y otro hacia Bello, un momentico hacia San Cristóbal y otro hacia Rionegro.

No hay noche en que no le pida a la Virgen de Fátima que te cuide y a la Santísima Trinidad que te abrace allá donde te encuentres. No quiero que parezcas feliz sino que lo seas. También le he pedido a Dios que me dé una señal, que me diga cuándo es oportuno escribirte o llamarte, que me avise qué día tu corazón está dispuesto a reencontrarse con el mío.

Pero la señal no me llegó y no pude dar ese paso. De pronto es porque sigo muerta para ti y es imposible recuperarte. Y eso me atormenta porque siento que desde que no estás, mi vida se estancó. Eras el motorcito, el impulso, la energía, eso que le daba movimiento, sentido y luz a mis días. Ahora me siento frenada, opaca y vacía.

Hace poco me pudo el desconsuelo y en un arrebato le dije al papito que si acaso me moría en esa humedad del Chocó, que me cremaran, tiraran las cenizas al río y solo en veinte días te contaran. Pero ahora que lo pienso con cabeza fría, esa no es mi voluntad, al contrario, esa es mi pesadilla, es justo el final no deseado.

Esperar a que eso pase sería resignarme, no hacer nada por cambiar esta historia y conformarme para siempre con tu ausencia y con tu olvido. Estamos a tiempo mami, a pesar de la distancia que nos separa, de las diferencias que nos apartaron, tenemos vida y compartimos el mismo cielo todavía.

Quiero cumplir la promesa que me hice cuando era joven. ¿Te acuerdas que te conté? Cuando era soltera y mi mamá era fría, distante y seca conmigo, cuando me propuse ser todo lo contrario y darle todo lo que yo no tuve a un hijo.

Por eso traté de decirte “te amo” con frecuencia, de abrazarte con toda mi fuerza, de recordarte que eras mi vida entera. Pero quizás con el tiempo, la adversidad, los problemas, los desencuentros olvidé demostrártelo. Por eso quiero pedirte perdón. Perdón por lo que hice mal sin querer, perdón por lo que dejé de hacer. Perdón porque mi promesa quedó incompleta y ahora me parezco justo a lo que no quise ser. Perdón por eso, por no ser la madre que esperabas.

Hija, hoy 28 de junio de 2016, te estoy hablando con las manos arriba, con la frente abajo, con el corazón abierto. Te propongo dejar las armas: soltar la ironía, saltar el pasado, pisar el orgullo. Siempre te dije que el orgullo divide y por eso nunca aprendí a dividir. Ya no sé dónde poner todo este amor guardado, siento que me estoy desperdiciando como madre, que se me están acabando las oportunidades de amarte.

No pretendo que seamos las mismas de antes. No aspiro a que vuelvas a decirme “mi gorda linda”, a que regreses a comer salchipapas o gelatina con lecherita o a que seas la hija querendona y sobadora que tanto extraño. No espero todo eso, aunque no puedo negarte que lo deseo.

Pero sí espero una sola cosa: concédeme la oportunidad de volver a la vida en tu historia. No me sepultes con tu indiferencia. Si alguien te pregunta por tu mamá no te refieras a mí como una señora que se murió en Colombia: aunque esté lejos, en otro continente, en un pueblo escondido, esa mujer que te conoció hace 36 años no ha dejado de amarte ni un solo instante.

A veces cuando miro a  tu hija me veo a mí. Sus abuelos me dicen que la notan desanimada, callada, solitaria, como encerrada en sí misma. Hace unas semanas me dijo: “yo quiero estar con mi mamá, no importa que me deje sola, que no esté todo el día conmigo, pero quiero así sea tres minutos de cariño a su lado”.

Me provocó decirle que a mí me pasa lo mismo con la misma persona, que incluso me conformaría con un segundo o con una palabra tuya así sea a distancia. Nos haces falta hija, muchísima falta. Te necesitamos. Tu hija y yo te esperamos.

Son las 3:12 de la tarde y sigo pensando en ti. La nostalgia me presiona el pecho. Voy despidiéndome también de cada lugar donde fui feliz. Le digo adiós a Aranjuez, a Acevedo, a Manrique, a Campo Valdés, a los parques donde comimos helado, a las piscinas de Comfama, a la iglesia donde nos casamos, a las casas donde vivimos, a la última pieza donde dormiste, a toda nuestra Medellín.

De nuevo siento miedo de hablarte, de escribirte, de que tu reacción al reconocer mi letra sea ignorarme. Pero bueno, esta vez sí voy a correr el riesgo porque si no te envío esta carta, la angustia, la tristeza y la culpa me van a acompañar todo el camino. Aunque  no quiera llevarlas, ellas se empacan solitas y van conmigo así viaje en bus o en chalupa, me siguen a la montaña o a la selva, me persiguen así me esconda o me hunda.

Por eso llego hasta acá y termino esta carta recordándote que te amo y que quisiera salvarnos del olvido, para reafirmarte lo mismo que te dije esa vez cuando supe que ibas a ser madre: no sé cómo estoy en este momento, pero estoy y estaré…

Ojalá algún día vuelva a tener el honor de que cuentes conmigo y de escuchar que vuelves a llamarme madre…

Te amo,

L.

Carta de una mujer con guacamayas en el estómago

1 Mar

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No soy la única rara que se enamora por ahí de cosas, personajes o lugares. Ya les he escrito cartas a desconocidos, animales, sitios o a personajes de películas que no existen en la realidad. Hace un par de años le confesé mi obsesión en movimiento al cine y a una ciudad del Caribe colombiano con la que tengo una cita al año y le declaré mi amor a mi difunta gata y a una banda sonora que llegó como una caricia desde los Balcanes.

Esta carta me la donó otra loca que después de un viaje a la selva le quiso hacer una declaración de amor  de 596 palabras al Amazonas. De ella recuerdo que fue mi alumna, que nunca reparó a la hora de invertir esfuerzo ni horas extras de reportería en sus trabajos. Leerla siempre fue un alivio, un éxtasis, una confirmación de que valía la pena estar hablando de Periodismo Narrativo en la universidad.

Cuando la miraba a los ojos  siempre me quedaba una duda: “¿los tiene verdes o amarillos?”. Cuando la leía, me generaba asombro y me preguntaba si esta mujer deberá vivir en el mundo del periodismo o en el de la literatura o en ambos. Y cuando la escuchaba y notaba desde dónde y cómo miraba la vida, solo me quedaba una gran certeza: ella es corazón y pureza, es una persona buena por naturaleza.

Solo por eso, porque la habita el amor y la verdad, sé que le va a ir bien, cualquiera que sea el camino que coja en su vida. Y bueno, no solo nos unieron la crónica y el reportaje, también las cartas. Esta es la segunda vez que publica en el blog y en esta ocasión me regaló estas letras después de llegar de un periplo y confirmar que el Amazonas había sido otra experiencia más de luz en su historia.

Me contó que esta carta simplemente se la dictó el corazón, le salió rapidito, en cuestión de minutos y me la entregó recién salida del horno en noviembre del año pasado. Yo, que soy lenta para casi todo, la dejé enfriar y meses después apenas la estoy publicando.

Lo bueno es que, a pesar de mi retraso, no hubo nada que editar, aún cuando habla de ese pedazo de Sur siente a las guacamayas en el estómago y a todo el Amazonas en el corazón. Su amor sigue latente y esa promesa de volver está vigente…

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Por: Paulina Tejada Tirado

Tal vez la distancia sea una excusa para escribirte, pero no te confundas, no estoy de tusa. Yo sigo igual de enamorada. Y es que me di cuenta que para el amor no se necesita un hombre, una mujer, un niño, un padre. Para el amor solo se necesita amor y por eso hoy te lo declaro.

Cuando te vi, te presentaste sin ropa, sin tapujos, con ese calor húmedo que de repente llega de golpe y sin pausa a mojar mi piel, con millones de algodones verdes que oxigenan a los mosquitos curiosos por mi sangre paisa y de niña consentida. Te mostraste con los árboles como tu lienzo infinito y el río como el camino a recorrer. Con tu naturaleza desvestida me enamoraste desde que te sentí.

Navegar por tus curvas me recordó la inmensidad de la tierra, transitar por tu piel me evocó la pequeñez de la angustia, llegar a tu ombligo me cambió la vida y apenas llevábamos tres horas de habernos conocido.

La primera noche contigo fue una vigilia eterna. Creo que —¿o será el delirio del amor el que me hace pensar esto?—preferí desde mis adentros no dormir y pasar en vela conversando a tu lado, escuchando el sonido de tu lluvia, los gritos de las guacamayas y el ruido titilante de cientos de grillos a mi alrededor.

Tal vez elegí conocerte esa noche, enterarme de tus historias encerrada en el toldillo de mi cama… ¿o será que solo fue insomnio? Pues entonces, ¡bendito insomnio!, porque esa noche me enamoraste más.

Vi tu rostro en el cielo, en el rocío del pasto, en la mirada de los animales y en la sonrisa de tus niños. Revelé tu cuerpo al son de los tambores, en la madera de las casas y en la magia que haces con las manos de tu gente. Descubrí tu energía en el silencio de las mariposas, en el torbellino del río y en la compañía de un perro.

¿Cómo no enamorarme de ti? Si contigo Cristo y el Madremonte son amigos, no existe el cansancio y a donde mire siempre voy a ver un horizonte. En ti, el mundo habla en un mismo idioma y la conexión con Dios, el universo, el om, la gran energía —o como sea que se llame esa cosa que nos da sentido—se escucha, se huele y se palpa.

¿Cómo no enamorarme de ti? Si me regalas las abuelas, las leyendas, el uito, la lengua ticuna, el aire, la tormenta, la calma…si cocinas vida y de postre, das amor

Esta carta no busca poseerte, pero sí promete un regreso.  No busca definirte, pero sí agradece tu existencia.

Te quiero porque me hiciste entender que dentro de mí está la inquietud de los micos, los colores de las guacamayas,la fuerza de las raíces de los árboles, la plenitud del cielo, la libertad de los peces, el vuelo de las mariposas y la risa de tus hijos. En mí estás tú y yo soy porque todos somos.

Hoy, a kilómetros de ti, busco un insomnio donde se escuche alguno de tus grillos, un aguacero que suene igual de fuerte. ¡Quisiera volver a hablarte con mis poros llenos de sudor!Pero sé, porque me lo contaste al oído, que tu energía es tan grande que viaja por Colombia, por la historia del planeta, por la humanidad misma, solo para llegar aquí y saludarnos con una gota de agua o una mirada pura y desprevenida en el camino.

Gracias porque te dejaste descubrir y me ayudaste a encontrarme.

Que enamores a muchos más…

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«Quiero arreglarlo todo»

8 Feb

Este blog me presenta gente bonita, eso es un hecho. Por eso seguimos juntos, porque de vez en cuando me envía mensajes a través de estos personajes de la vida real que se me acercan espontáneamente.

Hace tres semanas conocí a una mujer que me donó su historia de amor delante de una taza de café y una copa de vino rosado. Su relato llegó a mis oídos como una epifanía. Es una certeza, las historias de los otros también enseñan, tal vez son reflejos, quizás advertencias, en todo caso señales que permiten el entendimiento de las propias.

Ella a su vez me presentó a un escritor húngaro y ayer fotografió la página 70 de uno de sus libros. Me regaló esta hoja con su uña rosada en la esquina y las letras cargadas de luz de Sándor Márai.

Aquí les comparto su recomendación literaria, un fragmentito de La herencia de Ezster:

Página 70

-Quiero arreglarlo todo –repitió mecánicamente.

-¿Qué quieres arreglar?

Lo miré a los ojos y me eché a reír. «Todo esto no es serio», pensé. Pasado cierto tiempo, ya no se puede arreglar nada entre dos personas. Y yo comprendí esa verdad desesperante en aquel momento, allí, en el banco de piedra donde nos encontrábamos sentados.

Uno vive, construye y destruye su vida, trata de corregirla, de remediarla, poniéndole parches; y pasado un tiempo se da cuenta de que todo el conjunto, tal cual está, lleno de casualidades y de equivocaciones, ya no se puede cambiar más. A esas alturas, Lajos ya no podía hacer nada. Había reaparecido desde el pasado, anunciando con un tono sentimental que quería «arreglarlo todo», pero sus intenciones me parecieron lamentables y ridículas: el tiempo se había encargado ya de «arreglarlo todo», a su manera, de la única manera posible.

Nunca nadie me amó como vos

7 Oct

 Una seguidora de Cartas a la Carta donó un chat. Un diálogo que tuvo recientemente con un viejo amor que reapareció después de nueve años, divorciado, solitario y arrepentido. “Se cumplió tu presagio –le dijo él a ella– nunca nadie me amó como vos”.


Para ella el amor estaba en la mirada. Siempre que se sintió amada y correspondida por él era porque se veía a sí misma en sus ojos. Pero un día lo miró fijamente y no se encontró en ningún parpadeo.

Intuyó el final por su silencio prolongado, por el vacío en sus caricias,  por la ausencia de su piel y la distancia en la palabra. Era real, había un cambio y no era cuestión de un mal día o de una temporada sin tiempo.

Le hizo las preguntas de rigor, qué pasó, qué hice, qué dejé de hacer. Él decía que todo estaba normal. Ella insistió. Lo volvió a mirar y de nuevo no se encontró en su mirada, en su corazón, de repente supo que ya no eran, que ya no estaban para el amor.

Él tardó varias horas para reconocerlo: «ya no te amo como antes». Lo que más le dolió a ella fueron las dudas. Que la hubiera retenido, que no hubiera habido una verdad temprana. Que la hubiera dejado con la esperanza de creer que era una lejanía pasajera.

Entonces lo dejó ir, sin reproches, sin reclamos, con total desprendimiento. Llegaron días y noches de tristeza, de rabia, de preguntas sin respuestas. Tuvieron que pasar muchos soles y demasiadas lunas para mirar ese pasado con firmeza, para recordarlo como parte de su historia y valorarlo como una enseñanza.

Después de nueve años, sin saber nada de nada, él reapareció. Le envió una invitación al Facebook acompañada de un mensaje que decía: «quiero hablar con vos, siempre te recuerdo mucho».

Y después de un hola, cómo estás, empezó esta conversación que le revolcó el pecho. Ella no sabe qué hacer y donó este chat a Cartas a la Carta quizás para leer algún comentario, alguna pista, algún consejo de alguien que lea este caso que aún no tiene final.

 

Él: Aunque haya pasado tanto tiempo quiero decirte que aún no entiendo qué fue lo que me pasó….no existe alguna razón lógica para explicarme qué fue lo que hice. Pero me arrepentí. Sabía que tú no me ibas a aceptar otra vez por eso nunca volví. Si tú me preguntas ¿por qué te dejé? ¿por qué tomé esa decisión? no sabría responderte, todo el mundo me lo reprochó y no fue por eso que me arrepentí. Fue porque todo lo que viví contigo era justo lo que yo quería para mi vida.

Ella: Acabo de hacer cuentas. Terminamos hace nueve años.

Él: Mucho tiempo, la verdad es que siempre te he recordado.

Ella: Bueno…. vos también dejaste muchas cosas en mí.

Él: ¿Qué te dejé?

Ella: Yo no sé si quieres saber eso ahora…

Él: Sí.

Ella: Ok. Yo a vos te amé con la médula…. y nuestro final inesperado fue muy duro para mí. No entendí, no sabía dónde poner todo ese amor. Yo quería todo contigo y me había llenado de tanta felicidad que luego cuando todo terminó no supe qué hacer con todo lo que sentía y lo que habíamos vivido.

Recuerdo lo bonito, nuestro amor, tu dulzura. Pero también recuerdo el vacío y la tristeza tan profunda. Nuestra historia me enseñó mucho. Yo creía que lo tenía todo a tu lado y que por nada ni nadie terminaríamos. Y se acabó así, de repente, como tumbar un castillo en tres segundos.

Fue una enseñanza muy grande para toda la vida. Eso me hizo otra persona. Y todo esto que te escribo es para decirte que me dejaste aprendizajes, realismo, amor y dolor, me dejaste vida…no sé si me entiendes.

Él: Sí, te entiendo y qué bueno que seas sincera conmigo y me escribas esto. Siempre te quise y estuve enamorado de ti. Sigo sin la respuesta, no sé que me pasó, pero sí tengo claro que nunca te quise hacer daño.

Ella: Yo sé que no me querías hacer daño. Recuerdo que antes de decirme adiós me dijiste que intuías que quizás nadie te iba a amar como yo y que no me merecía ese dolor. Yo te dije que igual lo estabas causando pero que si te querías ir, debías hacerlo.

Él: Mmm…

Ella: Cuando te noté raro y distante te busqué solo para ver tus ojos nada más y cuando te volví a ver supe que yo ya no estaba en tu mirada y que yo tenía que salir de tu vida. ¿Tú qué crees que significó para mí?

Él: Yo quiero evadir este tema.

Ella: No puedes evadirlo. O no deberías…

Él: Es verdad, si estamos conversando y hablando de nuevo es por alguna razón.

Ella: Para mí tiene sentido decirlo si es para sanarlo.

Él: Nunca es tarde para afrontar las cosas y pedir perdón, aunque debí hacerlo hace mucho tiempo. Y siento todo el dolor que te causé, con mi alma entera y con mi corazón te lo digo.

Ella: Yo no quiero que me pidas perdón. Yo ya te perdoné hace años aunque siempre que te recordaba había una tristeza infinita. Espero que no pase más. Yo con mi alma entera y con mi corazón te digo hoy que te entiendo.

Todo el mundo a mi alrededor me decía que yo tenía que buscarte y preguntarte qué había pasado. Yo siempre dije que no te iba a buscar porque si tú no querías darme una respuesta era porque seguramente yo no la debía conocer. Y si la conocía, al final de cuentas no cambiaría nada, igual ya no estarías conmigo.

Él: No sé qué decirte…siempre sentí  que fue un error dejarte. Y luego me pregunté tantas veces ¿qué fue lo que hice?

Ella: Pasaron los días, las semanas, los meses y los aniversarios sin ti y yo aquí, sacando fuerzas de no sé dónde para no llamarte. Yo te sentía, sabía que estabas pensando en mí pero tampoco te iba a rogar ni a pedir que volvieras. Pasó como un año para dejar de sentirte.

Él: Eso es cierto, yo te pensé mucho. Ay yo no quiero ponerme triste…

Ella: No nos pongamos tristes. Yo sabía que algún día iba a decirte esto y que tú aparecerías de nuevo en mi vida. No lo digo por soberbia, lo digo porque de verdad lo sentía y hoy te reconozco que mi corazón solo tiene cosas buenas.

Tú tenías 30 años. No sé si fue la rumba, si había necesidad de libertad. Me dejaste de amar o lo que sea, ya fue, ya no importa, tú necesitabas eso y yo también, aprendimos. Es lo que cuenta ahora.

Él: Yo solo espero que de aquí en adelante pienses cosas buenas y sigamos conversando.

Ella: Es que yo no pienso nada malo de ti. Sería como violentar lo más sagrado en la vida que para mí es el amor. Mi corazón tiene buenas capacidades y de verdad que lo que te digo no es un reproche, yo necesitaba decirte esto para sacarlo y poder tener una huella diferente.

Él: Me encanta tu sinceridad.

Ella: Yo no puedo decirte mentiras, no soy capaz de decírselas a nadie y así tú pienses que soy empeliculada o patética, lo más honesto es que tú sepas lo que me pasa en la mente y en el corazón. Siempre sentí que aparecerías un día y que yo nunca iba a estar preparada para esto. Hoy después de nueve años, yo no sé qué sería para mí un reencuentro contigo. Me da pánico volver a verte. Una parte de mí tiene ese recuerdo de dolor. Y esa es la parte que te descabezaría. La otra te abrazaría y si ambas partes se juntaran…yo no sé qué pasaría. Jejeje, salió en verso.

Él: Espero que sea más fuerte la parte del abrazo. Para mí lo más importante es que estamos hablando hoy y me parece que eso hacía mucha falta en mi vida, saber de ti.

Ella: Bueno así tenía que ser…. te lo reitero, yo nunca sentí nada malo por ti, al contrario siempre te he deseado lo mejor.

Él: Ay no sé… me da nostalgia.

Ella: Te voy a confesar otra cosa…

Él: Dime.

Ella: Por distintas razones yo he contado nuestra historia a otros y siempre al final, incluso hoy después de nueve años, termino con el ojo encharcado. Es fuerte emocionalmente para mí y justo ahora he pensado que esta historia puede tener otro final.

Él: Ay no me digas eso…

Ella: Por eso este momento es tan importante para mí. No te imaginas cuánto. Tú no puedes calcular lo que esto significa para mí.

Él: Sí, lo sé porque para mí también es muy importante. ¿Qué final quieres para esta historia?

Ella: Es que la vida ya nos enseñó que los finales no son los que queremos…

Él: Sí, es cierto. ¿Pero… cuál crees que podría ser el mejor final para nuestra historia?

Ella: No lo sé….seguro la vida nos lo mostrará.

Él: Hace mucho tiempo quería saber de ti, hablarte, escucharte.

Ella: Bueno pues un deseo se convirtió en un acto. Yo te agradezco por eso. Yo nunca lo hubiera hecho, jamás pensé en volver a hablarte.

Él: Siquiera lo hice…

Ella: Menos mal. Yo necesitaba esto. Me siento como en un cuadro de Dalí.

Él: ¿Cómo es eso?

Ella: Esta conversación es surrealista. Yo aún no me la creo.

Él: Ah…

Ella: Gracias a vos y a la vida….

Él: No me tienes que agradecer nada. Yo a ti sí y mucho por permitirme hablarte de nuevo. Quisiera verte…

Ella: A mí me gustaría aunque me da miedo.  ¿A ti no?

Él: Sí, a mí me dan nervios verte. Es un sentimiento muy extraño.

Ella: Menos mal no soy yo sola.

Él: Desde que te empecé a hablar tengo risa nerviosa…

Él: Jiji

Ella: Jeje. Es raro…Yo no sé. Es un terreno totalmente desconocido para mí. ¿Apenas te vea y quiera cachetearte? Tienes que estar preparado.

Él: Jaja lo voy a aceptar con todo lo que me corresponde.

Ella: No creo que te libres de la descabezada, jejeje.

Él: Está bien pero espero que tampoco me libre del abrazo.

Ella: Bueno, ya veremos si la vida nos permite un reencuentro… ¿será que sí es buena idea volver a vernos?