El paro empieza por casa

12 May

Ella solía salir a las marchas, compraba cartulinas y llevaba marcadores para escribir mensajes en contra de la injusticia, la desigualdad y la violencia. Protestaba por la vulneración de los derechos de otros, pero no por los propios. En casa se quedaba callada, evitaba el debate en familia, esquivaba la confrontación y el reclamo alrededor.

Era una familia compuesta por cuatro. Padre, madre y dos hijas jóvenes. Una de ellas salió del clóset hace un tiempo. Aunque el papá y la hermana mayor no la juzgaron, la madre no comprendió. Aún le cuesta aceptar que su hija menor sea homosexual.

Armaron un paseo, el papá y la mamá hicieron maletas, la hermana mayor llevó al novio pero a la menor no la dejaron invitar a la pareja. Lo que ha pasado en los últimos días en Colombia le hizo comprender que eso era un gesto injusto, desigual, violento. Pensó que la movilización, el grito, la queja, debía empezar adentro.

Entonces, decidió no abordar ese avión. Dejarlos ir, renunciar al privilegio. Pensó que ir con ellos sería consentir el abuso. Esta carta se la escribe la hija menor al papá en la distancia, mientras su familia está de viaje. Es una expresión de inconformidad e indignación, después de tanto acumular rechazos pensó que debía hablar, señalar el error, no dejar pasar, no fingir más. Quizás sea el primer paso para que las cosas no sigan iguales.

Papá, me alegro que estén pasando bueno en el viaje, compartiendo, disfrutando del río y de los paisajes. Sin embargo, no sé si cuando me envías esas fotos te preguntas, qué pensaré o qué sentiré yo. No sé si caes en la cuenta de que no debe ser fácil verlos allá sin mí.

No es envidia pero sí siento algo muy incómodo. Yo podría estar ahí mismo compartiendo con ustedes y con mi pareja. Para mí sigue siendo muy triste que la mamá no me acepte y que a mi novia yo no pueda incluirla en los planes de la familia así como en su momento mi hermana incluyó a sus novios.

Yo nunca tuve a nadie y me parece muy triste que ahora, cuando he decidido ser yo, mi familia no me lo permita y no pueda tener los mismos beneficios que ha tenido la hermana mayor desde que era una joven. Qué pesar que cuando la mamá se opuso a que mi novia fuera a este paseo ni tú ni mi hermana intercedieron por mí, tampoco intentaron disuadirla.

Hubiera sido un gesto de solidaridad de parte de ustedes porque, en últimas, se estaba generando una situación donde la desigualdad era obvia. Pero ninguno estuvo de mi lado. Han pasado más de dos años desde que decidí ser transparente con ustedes y compartir mi verdad. Después de tanto tiempo, las cosas siguen iguales.

Por eso decidí renunciar a mi cupo en ese viaje para sentar un precedente. La situación se hizo más desagradable cuando me enteré que el mejor amigo de mi hermana también estaba invitado al paseo.

El argumento (o excusa) de que este paseo solo era para los miembros de la familia se cayó. Y la mamá, que no admite a nadie viajando, sí permitió al mejor amigo de mi hermana. Con él no se opuso, pero con mi novia sí. Es decir, el amigo de mi hermana sí es familia pero mi pareja no. Como raro, ¿no?

Y ustedes dos, sí intercedieron por él, pero por mi novia no. Qué detalle tan extraño. Increíble cómo cada uno puso de su parte para que la balanza perdiera su equilibrio de esa manera tan rotunda. Yo no entiendo esta situación realmente.

No sé si ustedes perdieron la objetividad, cómo es posible que toleren algo tan injusto como esto o si saben de qué se trata la empatía. Al parecer, ninguno de ustedes por allá, en ningún instante, se ha puesto en mi lugar. Creo que no.

Por eso, quizás, me llegan esas fotos que me duelen y me recuerdan que hay una familia en la que no quepo, en la que mi voz no pesa, en la que mis derechos se esfuman. Aclaro que no tengo nada en contra del amigo de mi hermana, ni mucho menos. Mi problema no es con él, es el detalle de excluir a mi novia.

Solo les puedo decir que esto no se siente bien. Siento una sensación de atropello, pasaron por encima de mí y de los derechos que creí que tenía como hija. Y esto duele, en el corazón y en la memoria. No dejo de pensar: ¿qué puedo esperar del mundo cuando la discriminación empieza por casa?

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