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Carta para el cumpleaños de una hija

7 Jul

Les comparto el tercer capítulo de la temporada de Cartas de puño y reja.

Estas palabras que vamos a escuchar las encargó una madre para una hija adolescente que iba a cumplir años. Las escribí el año pasado cuando estábamos en pandemia, las visitas familiares en la prisión estaban prohibidas y el uso del tapabocas era obligatorio tanto adentro como afuera.

La remitente que me encargó esta correspondencia estaba contando los meses, los días, las horas para volver a ver a esa joven que la esperaba en casa, en un pueblo, lejos de la cárcel. Aunque me habló envuelta en suspiros, sollozos y lágrimas, quería letras optimistas, no quería alusiones al presente, solo quería reportes de esperanza.

Cuando hice el casting de voces advertí que no me importaban las nacionalidades, los acentos ni las distancias. No quería una copia exacta de la voz de cada remitente, ni una imitación, tampoco un remedo. Más allá de la forma, me importaba el fondo, que una voz lograra ser un canal de emociones.

En últimas, el objetivo de este podcast es estar al aire, cruzar fronteras, salir de la prisión, presentar a cada remitente en su humanidad, que personas ajenas a esta realidad empaticen con mujeres que suspiran, que se conmueven, que se hacen responsables de sus errores. En este caso, con una madre que añora compartir con su hija, que a pesar de las circunstancias, quiere acompañarla y estar presente a través de una carta.

Montserrat Petriciolet me donó su voz para interpretarla. Cuando supo del casting de voces se postuló desde Ciudad de México. Su voz me pareció dulce, sincera, emotiva. A mí me conmovió demasiado escucharla. No solo por su enorme talento sino también porque desde tan lejos hubiera un interés por ponerse en el lugar de una mujer privada de la libertad en Medellín. Le agradezco porque puso su voz al servicio del amor, porque será un instrumento para tocar personas, para remover prejuicios y restaurar confianzas.

Carta de madre a hija

30 Mar

Aunque en los últimos meses he estado escribiendo cartas por encargo en el interior de una cárcel, también sigo prestando mis servicios afuera a personas que también necesitan hablar, dejar salir o encontrar las palabras precisas para comunicar algo. Esta carta la escribí por encargo de una madre que quería celebrar la existencia de su hija. La remitente me contactó desde una ciudad lejana, a muchas horas de camino de Medellín. Sostuvimos una videollamada, me advirtió que necesitaba una mano para darle un orden a los sentimientos, que quería hablarle a la destinataria a través de letras. En esta correspondencia quiso hacer un repaso de la historia de las dos, recordar con gratitud la relación que han construido juntas. Esta fue una carta fácil de escribir porque mientras conversamos logró transmitirme el amor, demasiado amor. Y ahí está la clave de todo.

Hija:

En una época de mi vida me sentí en medio de un mar abierto. Flotaba a la deriva, pero no a solas, flotábamos juntas, tú y yo.

Muchos años después puedo recordar ese vaivén con luz. Agradezco a la tormenta que me envolvió, aprecio la ola que me cubrió, valoro la corriente que me arrastró, todas me llevaron a un viaje contigo.

Ahora que estoy cerca de la orilla, que puedo mirar un horizonte tranquilo, doy las gracias por el camino, por el remolino; por la tierra firme, por la movediza; porque nos hundimos, porque resurgimos; porque nos perdimos, porque volvimos a encontrarnos; porque ahora podemos recordar el pasado como una posibilidad para continuar construyendo este presente.

Has sido mi acompañante, mi maestra, mi guía, mi compañera de viaje. Llegaste con la fuerza del mar, a mover mi rumbo, a remover mis naufragios, a conmover mi alma. Me enseñaste a acariciar la sombra, a fabricar los remos, a ver en la oscuridad.

Aprendimos a comprender el imprevisto y el obstáculo, a contemplar lo inasible y lo impermanente; a tratar de andar por la vida sin reparos ni ataduras; a trabajar con lo que hay; a crear después del ensayo y del error; a amar, sobre todas las cosas, la libertad.

Hoy te veo ligera y musical, consciente y alegre. Conjugando las palabras que llevas en la piel: viajas, amas y vives. Buscas cada día ser auténtica y original. Eres navegante, caminante, amante de la vida en movimiento. Eres de río y de mar; mujer de montaña y de volcán.

Te deseo más fuego, más playas, más selvas, más nieves: rueda, corre, escala, vuela. Da la mano, sirve a los demás, haz amigos y redes, amores y equipos. No te pierdas nada, abraza la aventura del cambio. Ama tu tránsito, tu compañía. Recuerda que el hogar eres tú misma. Está adentro, ese solo lo cimientas tú.

Gracias por darme la posibilidad de ser un canal, gracias por permitirme ser la madre que soy, gracias por ser el amor que acompaña, que enseña y que transforma.

Tu mamá.

Carta a Margarita

11 Feb

Estas letras las escribió un joven a su madre. Él bajó de una montaña, subió a otra, cruzó la ciudad solo para fabricar esta carta. Simplemente quería celebrar el cumpleaños de la mujer que más admira. El 10 de octubre aplaudió por su vida, por tantas hazañas, por la fortuna de ser su hijo.

*Esta carta fue escrita en el taller de escritura Cartas sobre la mesa

Por: Juan Diego Gallego Londoño

Las palabras como la música resuenan de forma diferente en cada persona; así, la palabra “Margarita” puede traer a la mente la bonita imagen de una flor que anida un sol en su interior, o quizá “Margarita” pueda recordar una sensación de explosión en el paladar por la mezcla de licores y cítricos; también es posible que “Margarita” se sienta como brisa, mar y paisaje de islas. Pero para mí Mar-ga-ri-ta suena a primitivos golpes de tambor que se internan en el cuerpo y me ponen a bailar la vida.

Margarita, con el mismo ma de madre, maestra, mágica. Aquella que ha tomado la vida como un baile y rompiendo paradigmas tiende la mano para sacar a la pista y enseñar a danzar. A mí, por ejemplo, me has enseñado a encontrar mi ritmo, sin afán y disfrutando cada parte.

Te preguntarás cómo has logrado esto y hoy que cumples cincuenta años creo que vale la pena hacer un balance de la situación y contarte, desde mi mirada, este cuento que has creado y que parece de ficción en esta época en la que el bienestar es un lujo de pocos.

Sin lugar a dudas, si me preguntan cómo eres, lo primero que respondo es que sosuna buena persona. Quien llega a tu vida desde el principio lo puede entrever, pues eresconfiada y entrona, consigues interlocutor en cuanta fila o sala de espera estés. Acoges a las personas con inocencia y sin prejuicios. Quizá esa hospitalidad sea herencia de tu origen campesino, que también te obsequió el tono rojo de los cachetes, que aumenta con unos tragos de ron.

Naciste en un pueblito lleno de lomas, aquellas que bajaste por última vez para venir a treparte a un morro del nororiente de Medellín con tu familia. Se instalaron en un barrio de “invasión” y viviste, como todos los de la zona, en una casa de lata y madera, dormiste en piso de tierra, buscaste cosas en la basura y caminaste descalza entre callejones vendiendo gelatinas o empanadas.

Te formaron la calle y los valores que mis abuelos, con buenos o malos métodos, te inculcaron. Esa fue tu universidad y bastó para hacerte muy inteligente y capaz de afrontar los problemas del día a día. Y es que la inteligencia no es memorizar una cantidad de datos o la agilidad para resolver cálculos matemáticos; no, la inteligencia es lo que te ha permitido entrar en sintonía con los diferentes momentos y retos de la vida, inteligencia es la agudeza que has tenido para diferenciar las cosas potencialmente malas de las buenas y correr el riesgo de ir por estas últimas.

De ese viejo álbum de pasta rosada y hojas amarillas puedo ver las fotos de tu juventud y hacerme una idea de cómo eras entonces. Las imágenes permiten intuir que ya tenías el alma y el cuerpo encendidos con esa alegría que te caracteriza. Se te puede ver de bastonera en la banda marcial, lo que indica que desde temprana edad incorporaste el ritmo y el movimiento a tu vida. Eras larguirucha y con una abundante y negra melena. Hoy los años se te han sumado a la figura, pero la belleza y la autoestima siguen intactas.

Vistes elegante para las fiestas, pero también sin prejuicios disfrutas en vestido de baño de cuanto charco, mar, río o piscina encuentras. La melena ya no es tan negra, las canas son las únicas enemigas que el tiempo te ha traído; esas no te han gustado nunca y por eso siempre las disfrazas con tintura, pero es cierto que resultan incoherentes con tu vitalidad.

Hablar de ti es también hablar del amor de pareja: a los veinte años corriste el riesgo de comenzar una familia junto a mi padre, y como dice la canción de la banda Daiquirí, construyeron su isla para dos, un mundo a su medida donde ha crecido el amor fuerte y risueño, ese que les ha permitido convivir por treinta años y ser un ejemplo para quienes tenemos la fortuna de divisar esa isla de eternas primaveras y veranos.

Con total seguridad puedo decir que mi padre y vos son las personas más exitosas que conozco. Y es que me han enseñado precisamente que el éxito no es conseguir carro, casa y beca. El triunfo de ustedes está en ese furor para disfrutarse la vida. Acumular cosas no les interesa, su prioridad siempre ha sido estar junto a quienes quieren. No en vano se han recorrido en moto casi todos los municipios de Antioquia y otro tanto más de Colombia.

Me has permitido valorar la paciencia, más aún en estos tiempos de inmediatez en los que se debe tener la vida “realizada”. He visto que con empeño, pero sobre todo con calma, conformaste esta familia. Así pues, tengo aprendido que las cosas buenas y bien hechas toman su tiempo y exigen dedicación, que finalmente otorgan satisfacción y serenidad al saber que los buenos cimientos permitirán que sean duraderas.

Junto con mi padre has sido mi referente en la vida. Las decisiones y caminos que voy eligiendo tienen mucho que ver con lo que me han enseñado. Me enseñas que es cierto que el mundo está un poco patas arriba, pero que una de las opciones para intentar mejorarlo es correr el riesgo de entregarnos a los demás.

No imaginas lo inmensamente afortunado que me siento del hogar que tenemos. Mi hermana, mi papá y yo siempre queremos llegar a casa porque es nuestro oasis, por la calidez con que llenas cada uno de los espacios; las conversaciones en el comedor, las tardes de pereza en cama, las películas en familia, las risas por tu forma de resolver crucigramas, las noches de música y vino, tu espíritu navideño, la alegría por nuestros cumpleaños y tantas cosas más con las que siempre estás atizando el fuego de este hogar.

Alguna vez estábamos escuchando aquella canción de Facundo Cabral que dice “no soy de aquí ni soy de allá, no tengo edad ni porvenir y ser feliz es mi color de identidad”, y vos mientras escuchabas me dijiste que siempre quisiste haber sido bohemia. Ahora que escribo todas estas cosas pienso que siempre lo has sido, porque eres libre, sencilla, alegre y porque no le tienes miedo a vivir.

Celebro con orgullo tu vida, tus cincuenta años, y espero que nos queden muchos días de bohemia para compartir juntos.

Te quiere, tu hijo.

carta a margot

Ilustración Morphart

Carta de amor de una tía

13 Mar

Este blog me ha traído situaciones divertidas, otras complejas. He cumplido la función de escribir como si fuera otra persona, imitar su escritura. Aclarar enredos, extraer palabras. La idea es ser un remitente oculto, que ningún destinatario me reconozca. He escrito como si fuera un adolescente, como si fuera una madre. He hecho discursos para bodas, funerales. Me han buscado niños, adultos mayores. He logrado reconciliaciones, separaciones.

En esta ocasión me contrató una mujer para escribir como si fuera una tía. Esta carta la escribí para una quinceañera. Su tía quería darle un regalo que le quedara para toda la vida, algo hecho a su medida. Pensó que una carta a mano sería una buena opción, el mejor recuerdo. Me contactó en febrero, me encargó esta misión. Nos encontramos, la escuché. Tomé nota, luego le di un orden a sus palabras de amor. Con el tiempo —quizás— la destinataria olvide la cifra que recaudó en una lluvia de sobres, pero —con certeza— jamás olvidará estas letras del sobre de su tía.

 

Febrero es un mes diferente, no se compara con ninguno, es el mes más breve del año. Pasa como un relámpago. En la mitología romana era conocido como el mes de las lluvias. Para los griegos, este mes estaba bajo el amparo de Poseidón, el dios de todas las aguas y de los mares.

Curiosamente el año 2003 fue denominado el año internacional del agua dulce. En febrero de ese año, hace quince años, un cohete que regresaba del espacio se desintegró al tocar la atmósfera. Días después en una ciudad rodeada por grandes lagos, en medio de un invierno blanco, desembarcó en el norte una niña que traía el sur en su mirada.

Le compusieron un nombre que tuviera algo de su abuela María, otra parte de su madre Ana. El resultado: Mariana. La noticia de su nacimiento salió desde Toronto y se difuminó en la capital de una montaña en Colombia. El 26 de febrero de 2003, una familia entera se integró en torno a Mariana. Ese día todos coincidimos en un suspiro, en un pálpito, en una sonrisa y en esas ganas contenidas de darle la bienvenida.

Nunca olvidaré ese febrero porque a partir de entonces, Mariana me trajo un regalo a este mundo: me otorgó un rol, otra misión, un nuevo sentido. Me dio la primera oportunidad de mi vida de ser tía.

Aunque tía es una palabra diminuta, de tres letras, es enorme en sentimiento, en memoria, en significado. En el colegio me enseñaron que tía tenía tilde en la í y por su acento era una palabra grave. Con los años y contigo, aprendí que es una palabra suave y bonita.

Que te nombren tía despierta una emoción grata. Es una mezcla mágica de sensaciones. Trae una dosis concentrada de cariño con una pizca justa de compromiso, una tajada gruesa de ternura con una base dulce de compinchería.

Tía puede rimar con alcahuetería, pero también con arpía, todo depende. Yo quisiera que tía te despertara alegría o te sonara siempre a buena compañía, eso depende de mí. Por eso, te ofrezco mi abrazo, mi tiempo, mi verdad. Soy versátil, puedo ser un pedacito de mamá y otro de amiga.

Eres la hija de mi hermana, mi sobrina, nos une un lazo eterno de sangre, eso ya está resuelto. Nuestro reto y mi propuesta es continuar, construir poco a poco una amistad. En mi casa encontrarás lo que busques. Tendrás techo y abrigo, mi hombro y mi oído, un consejo y un poquito de cantaleta de vez en cuando. En la finca de los abuelos también estaré los fines de semana con mi botiquín de aromas, con un masaje en mis manos, con mi silencio que también es presencia. En cualquier caso, en cualquier parte, elijo estar de tu lado Mariana. Cuenta conmigo.

Me puse a pensar en palabras semejantes, de tan solo tres letras, que no tienen que ser largas para ser grandes, eternas, necesarias. Aprovecho para regalártelas y recordártelas. Te deseo luz, te auguro paz. La vida es hoy: lee, oye, ríe, ama. No olvides ser voz pero también eco, no dejes de ser sol tampoco ola, acuérdate que eres río y a la vez mar.

Y termino con el mar. Las tres primeras letras de tu nombre: Mariana. Así como los países —no todos— hay personas con salida al mar. Tú eres una de esas, eres inmensa y profunda, tienes puerto y desembocadura. Como todas las aguas que albergan vida, habrá corrientes turbias, habrá mareas altas, pero también habrá calma, habrá aventura, de eso se trata este viaje llamado vida.

No olvides que la familia es tu tripulación, no somos pasajeros que suben y bajan, somos ese equipo que no pasa, que se queda, que acompaña. Los que estamos aquí seremos faro, remo, salvavidas, tierra firme. Y yo seré —para siempre— esa tía que te quiere y que te admira.

La tía Maria.