Estas letras las escribió un joven a su madre. Él bajó de una montaña, subió a otra, cruzó la ciudad solo para fabricar esta carta. Simplemente quería celebrar el cumpleaños de la mujer que más admira. El 10 de octubre aplaudió por su vida, por tantas hazañas, por la fortuna de ser su hijo.
*Esta carta fue escrita en el taller de escritura Cartas sobre la mesa.
Por: Juan Diego Gallego Londoño
Las palabras como la música resuenan de forma diferente en cada persona; así, la palabra “Margarita” puede traer a la mente la bonita imagen de una flor que anida un sol en su interior, o quizá “Margarita” pueda recordar una sensación de explosión en el paladar por la mezcla de licores y cítricos; también es posible que “Margarita” se sienta como brisa, mar y paisaje de islas. Pero para mí Mar-ga-ri-ta suena a primitivos golpes de tambor que se internan en el cuerpo y me ponen a bailar la vida.
Margarita, con el mismo ma de madre, maestra, mágica. Aquella que ha tomado la vida como un baile y rompiendo paradigmas tiende la mano para sacar a la pista y enseñar a danzar. A mí, por ejemplo, me has enseñado a encontrar mi ritmo, sin afán y disfrutando cada parte.
Te preguntarás cómo has logrado esto y hoy que cumples cincuenta años creo que vale la pena hacer un balance de la situación y contarte, desde mi mirada, este cuento que has creado y que parece de ficción en esta época en la que el bienestar es un lujo de pocos.
Sin lugar a dudas, si me preguntan cómo eres, lo primero que respondo es que sosuna buena persona. Quien llega a tu vida desde el principio lo puede entrever, pues eresconfiada y entrona, consigues interlocutor en cuanta fila o sala de espera estés. Acoges a las personas con inocencia y sin prejuicios. Quizá esa hospitalidad sea herencia de tu origen campesino, que también te obsequió el tono rojo de los cachetes, que aumenta con unos tragos de ron.
Naciste en un pueblito lleno de lomas, aquellas que bajaste por última vez para venir a treparte a un morro del nororiente de Medellín con tu familia. Se instalaron en un barrio de “invasión” y viviste, como todos los de la zona, en una casa de lata y madera, dormiste en piso de tierra, buscaste cosas en la basura y caminaste descalza entre callejones vendiendo gelatinas o empanadas.
Te formaron la calle y los valores que mis abuelos, con buenos o malos métodos, te inculcaron. Esa fue tu universidad y bastó para hacerte muy inteligente y capaz de afrontar los problemas del día a día. Y es que la inteligencia no es memorizar una cantidad de datos o la agilidad para resolver cálculos matemáticos; no, la inteligencia es lo que te ha permitido entrar en sintonía con los diferentes momentos y retos de la vida, inteligencia es la agudeza que has tenido para diferenciar las cosas potencialmente malas de las buenas y correr el riesgo de ir por estas últimas.
De ese viejo álbum de pasta rosada y hojas amarillas puedo ver las fotos de tu juventud y hacerme una idea de cómo eras entonces. Las imágenes permiten intuir que ya tenías el alma y el cuerpo encendidos con esa alegría que te caracteriza. Se te puede ver de bastonera en la banda marcial, lo que indica que desde temprana edad incorporaste el ritmo y el movimiento a tu vida. Eras larguirucha y con una abundante y negra melena. Hoy los años se te han sumado a la figura, pero la belleza y la autoestima siguen intactas.
Vistes elegante para las fiestas, pero también sin prejuicios disfrutas en vestido de baño de cuanto charco, mar, río o piscina encuentras. La melena ya no es tan negra, las canas son las únicas enemigas que el tiempo te ha traído; esas no te han gustado nunca y por eso siempre las disfrazas con tintura, pero es cierto que resultan incoherentes con tu vitalidad.
Hablar de ti es también hablar del amor de pareja: a los veinte años corriste el riesgo de comenzar una familia junto a mi padre, y como dice la canción de la banda Daiquirí, construyeron su isla para dos, un mundo a su medida donde ha crecido el amor fuerte y risueño, ese que les ha permitido convivir por treinta años y ser un ejemplo para quienes tenemos la fortuna de divisar esa isla de eternas primaveras y veranos.
Con total seguridad puedo decir que mi padre y vos son las personas más exitosas que conozco. Y es que me han enseñado precisamente que el éxito no es conseguir carro, casa y beca. El triunfo de ustedes está en ese furor para disfrutarse la vida. Acumular cosas no les interesa, su prioridad siempre ha sido estar junto a quienes quieren. No en vano se han recorrido en moto casi todos los municipios de Antioquia y otro tanto más de Colombia.
Me has permitido valorar la paciencia, más aún en estos tiempos de inmediatez en los que se debe tener la vida “realizada”. He visto que con empeño, pero sobre todo con calma, conformaste esta familia. Así pues, tengo aprendido que las cosas buenas y bien hechas toman su tiempo y exigen dedicación, que finalmente otorgan satisfacción y serenidad al saber que los buenos cimientos permitirán que sean duraderas.
Junto con mi padre has sido mi referente en la vida. Las decisiones y caminos que voy eligiendo tienen mucho que ver con lo que me han enseñado. Me enseñas que es cierto que el mundo está un poco patas arriba, pero que una de las opciones para intentar mejorarlo es correr el riesgo de entregarnos a los demás.
No imaginas lo inmensamente afortunado que me siento del hogar que tenemos. Mi hermana, mi papá y yo siempre queremos llegar a casa porque es nuestro oasis, por la calidez con que llenas cada uno de los espacios; las conversaciones en el comedor, las tardes de pereza en cama, las películas en familia, las risas por tu forma de resolver crucigramas, las noches de música y vino, tu espíritu navideño, la alegría por nuestros cumpleaños y tantas cosas más con las que siempre estás atizando el fuego de este hogar.
Alguna vez estábamos escuchando aquella canción de Facundo Cabral que dice “no soy de aquí ni soy de allá, no tengo edad ni porvenir y ser feliz es mi color de identidad”, y vos mientras escuchabas me dijiste que siempre quisiste haber sido bohemia. Ahora que escribo todas estas cosas pienso que siempre lo has sido, porque eres libre, sencilla, alegre y porque no le tienes miedo a vivir.
Celebro con orgullo tu vida, tus cincuenta años, y espero que nos queden muchos días de bohemia para compartir juntos.
Te quiere, tu hijo.
Ilustración Morphart
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